EL OFICIO AMERICANO DE JOSÉ MARTÍ
Por: WILKIE DELGADO CORREA
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A ciento sesenta años de su nacimiento y a los ciento y
dieciocho años de su caída en combate, Martí sigue siendo una compañía admirable
para sentirle, más allá del largo trecho del tiempo, como un ser cálido y
necesario para recorrer los caminos de la historia de nuestro país y del
continente americano. Aquel instante del 19 de mayo de 1895, durante su primer y
último combate de la guerra liberadora que soñó, convocó, organizó y desató,
nunca dejó de estar presente la muerte como posibilidad y vaticinio en la
vorágine de su lucha revolucionaria, principalmente durante el último lustro de
su vida.
Al poner los pies en Cuba por Playitas de Cajobabo, el 11
de abril de 1895, se sintió un hombre pleno, lleno de alborozo y ansias, que
tenía la misión de cumplir un deber magno, que, a la vez y en última instancia,
representaba todo en su vida. Así lo dijo dos años antes en una misiva: “De mí
no se ocupe, yo vivo hasta que haya dejado la carga en Cuba.”
Él líder
independentista estaba consciente, desde su juventud, que su deber último era
vivir y morir por su país. Desde su temprana prisión sus actos y sus ideas
fueron templando su sacrifico estoico y heroico.
Así, visionario como era, intuía su papel y el posible
desenlace de aquella aventura tan soñada en los campos insurrectos de Cuba.
Muchas eran sus zozobras en torno a los acontecimientos que se sucederían
posteriormente a su arribo, los destinos posibles en torno a la fundación de una
república “con todos y para el bien de todos” y su permanencia o no en
territorio mambí.
“Yo me veo en el portal de mi tierra, con los brazos
abiertos, llamando a mí a los hombres y cerrando el paso a los peligros. Con
este corazón sencillo podemos fundar un pueblo. Y si me toca caer, será el gusto
mayor…
“Ese es mi oficio, sin que se me quebrante el valor, ni me
lo oscurezca siquiera mi inclinación real a quedarme en mi tierra, andando todos
los días la jornada de todos. Yo soy un camino. Haré lo que mi tierra me
mande.”
De todas formas en cualquier circunstancia; Martí era un
hombre que estaba convencido que lo importante en la vida era salvar y vivir
apegado a los principios. Esto lo resumió en estas ideas geniales: “Se ha de
morir y vivir abrazado a la verdad. Y así, si se cae, se cae en una hermosa
compañía.”
Su caída en combate aquel 19 de mayo, como bisoño guerrero
impulsado vaya Ud. a saber con cuánto de ímpetu y de decisión reflexiva fundidos
en un rayo volitivo, fue la concreción de un destino que quedó plasmado en forma
indeleble con los actos y las ideas con los que Martí fue jalonando su corta
pero fecunda existencia.
El día antes, en carta inconclusa a su amigo Manuel
Mercado, dejó para las futuras generaciones su legado revolucionario
antiimperialista al hacer explícitos que la independencia de Cuba constituiría,
al mismo tiempo, la garantía de la independencia de nuestros pueblos
latinoamericanos frente a las apetencias imperialistas del vecino del Norte y,
también, una contribución al equilibrio del mundo.
Nada asombra en el genio de Martí cuyo espíritu visionario
le permitió confesiones que fueron esencias de su tiempo y de los tiempos
futuros. Y en forma certera definió su oficio, ejercido en sus relaciones
particulares con muchos de los pueblos del continente e idealizado con el
conjunto de nuestros pueblos, cuya unidad y destinos comunes concebía. He aquí
su definición individual:
“Vivir humilde,
trabajar mucho, engrandecer América, estudiar sus fuerzas y revelárselas, pagar
a los pueblos el bien que me hacen: este es mi oficio. Nada me abatirá, nadie me
lo impedirá.”
Y, finalmente, al rendirle homenaje al Maestro cubano, con
la concepción de que a pesar del tiempo transcurrido aún le mantenemos vivo
-¡vaya milagro de la historia humana fecunda!- y nos queda el consuelo de que
aquel acontecimiento aciago ocurriera tal como lo presagiara y describiera, a
pesar de las heridas recibidas, del desplome mortal desde su caballo galopante,
del fragor del combate y de las malezas circundantes: “Yo moriré sin dolor, será
un rompimiento interior, una caída suave, y una sonrisa.”
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